25 de FEBRERO - 24 de ABRIL de 2022
FRANCISCO DE GOYA, CARLOS DE HAES y MARIANO FORTUNY son los tres artistas que reúne esta exposición, tres grandes pintores y grabadores que consiguieron la fama internacional y que influyeron de manera notoria en los artistas posteriores. Tres referentes estatales del mundo de la pintura que trabajaron desde finales del siglo XVIII y durante el siglo XIX. Sus obras han servido de inspiración para otros grandes artistas, algunos de ellos ya han tenido ocasión de exponer en nuestro museo, como es el caso de Darío de Regoyos o Mari Puri Herrero.
En la muestra se recoge una selección de 14 grabados seleccionados de la amplia e importante colección que custodia el museo.
Aunque la mayor parte de la colección corresponde a obras de artistas vascos y vascas con temática territorial, también existen creaciones de célebres artistas de ámbito estatal como en el caso de estos tres autores que completan la muestra. Maestros que han logrado trascender en el mundo del arte, cautivar a las masas, influido a otros artistas y convertirse en modelos a seguir hasta nuestros días.
Estamos ante tesoros en blanco y negro que, por primera vez, ven la luz de manera conjunta gracias a esta exposición.
Francisco de GOYA y Lucientes
Fuendetodos (Zaragoza) 1746 - Burdeos 1828
GOYA fue el artista europeo más importante de su tiempo y el que ejerció mayor influencia en la evolución posterior de la pintura, ya que sus últimas obras se consideran precursoras del impresionismo.
Goya aprendió de su padre el oficio de dorador, pero, decidido a dedicarse a la pintura, se trasladó a Madrid para formarse junto a Francisco Bayeu, con cuya hermana se casó en 1775, año de su establecimiento definitivo en Madrid. Bayeu le proporcionó trabajo en la Real Fábrica de Tapices.
Simultáneamente, Goya empezó a pintar retratos y obras religiosas que le dieron un gran prestigio, hasta el punto de que en 1785 ingresó en la Academia de San Fernando y en 1789 fue nombrado pintor de corte por Carlos IV. Trabajó como retratista no sólo para la familia real, sino también para la aristocracia madrileña.
En 1808, la invasión de España por las tropas napoleónicas colocó al artista en una situación delicada, ya que mantuvo su puesto de pintor de corte con José Bonaparte. Pese a todo, no se privó de plasmar los horrores de la guerra en obras como El 2 de mayo y Los fusilamientos del 3 de mayo, que reflejan los dramáticos acontecimientos de aquellas fechas en Madrid. Además, en los sesenta y seis grabados de Los desastres de la guerra (1810-1814), dio testimonio de las atrocidades cometidas por los dos bandos y acentuó visualmente la crueldad de la guerra como protesta contra ella, lanzada a la posteridad desde la impotencia.
Por haber trabajado para José Bonaparte, el artista cayó en desgracia tras la restauración de Fernando VII, y en 1815 se retiró de la vida pública. En 1819 experimentó una recaída en la misteriosa enfermedad que en 1792 lo había dejado completamente sordo. Ello, unido a su nueva vida en soledad en la Quinta del Sordo, casa solariega que había comprado poco antes, debió de contribuir a la exacerbación imaginativa de que el artista dio muestras en la decoración de su nueva vivienda: catorce murales de gran tamaño con predominio de los tonos marrones, grises y negros, sobre temas macabros y terroríficos.
Estas obras, conocidas en la actualidad como Pinturas negras, han contribuido con el paso de los años a la consolidación del reconocimiento del genio de Goya, tanto por su originalidad temática como por su técnica pictórica de pincelada amplia y suelta. El pintor se trasladó en 1824 a Burdeos, donde residió hasta su muerte sin dejar de cultivar la pintura y el grabado. La lechera de Burdeos y algunos retratos ilustran la evolución del genio hacia una concepción de los valores plásticos que anuncia el impresionismo. Su obra, fecunda y versátil, de gran libertad técnica y brillantez de ejecución, no ha dejado de acrecentar la importancia de su figura hasta nuestros días.
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Goya y el grabado
GOYA, al igual que la mayoría de los jóvenes que deseaban dedicarse a las artes, se inició en el dibujo copiando estampas para ejercitar la mano pero pocas veces eso supuso que el futuro pintor hubiera de realizar grabados. Esta es una de las singularidades de Goya pues dedicó parte de su actividad artística al grabado.
Goya sabía el potencial que tenía el grabado como técnica artística, método de enseñanza y medio de difusión de su obra.
En 1778 Goya presentó a la Academia de San Fernando nueve estampas por pinturas de Velázquez que tuvieron una gran acogida. La serie de 9 grabados copiando pinturas de Diego Velázquez es la primera realizada por Goya, y tenía por objetivo difundir la obra del maestro sevillano. La influencia de Velázquez en la obra de Goya es notoria en pinturas como el Cristo crucificado del Museo del Prado o en La forja de la Frick Collection de Nueva York. Para la época eran comunes las reproducciones fieles de las obras en la técnica del buril, que permite una reproducción más fiel de la imagen. Sin embargo, Goya prefirió interpretar las obras en un estilo más libre y cercano a los grabados del italiano Giambattista Tiepolo.
En los sesenta y seis grabados de Los desastres de la guerra (1810-1814), dio testimonio de las atrocidades cometidas por los dos bandos y acentuó visualmente la crueldad de la guerra como protesta contra ella, lanzada a la posteridad desde la impotencia.
En el grabado Goya podía expresarse libremente al igual que en las obras que nacían sin ser obra de encargo.
La evolución de su técnica fue constante, utilizó y combinó todas las técnicas y útiles: el aguafuerte, aguatinta, punta seca, buril, bruñidor, rascador y ya anciano, realizó litografías sobre la obra velazqueña.
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Los Caprichos
Hacia 1799, el pintor concluyó una de sus grandes series de grabados, Los caprichos, ochenta y dos aguafuertes que constituyen una crítica feroz de la sociedad civil y religiosa de la época. En esta serie aparecen ya algunos personajes extraños y macabros que acabarán protagonizando obras posteriores del maestro. Los dos grabados expuestos en esta sala son parte de esta serie.
Los Caprichos carecen de una estructura organizada y coherente, pero posee importantes núcleos temáticos. Los temas más numerosos son: la superstición en torno a las brujas, que le sirve para de forma tragicómica expresar sus ideas sobre el mal; la vida y el comportamiento de los frailes; la sátira erótica que relaciona con la prostitución y el papel de la celestina; y en menor número la sátira social de los matrimonios desiguales, de la educación de los niños y niñas y de la Inquisición.
Goya criticó éstos y otros males sin seguir un orden riguroso. De forma radicalmente novedosa, mostró una visión materialista y desapasionada, en contraste con la crítica social paternalista que se realizaba en siglo XVIII que encaminaba sus esfuerzos a reformar la conducta errónea del hombre. Goya se limitó a mostrar escenas tenebrosas aparentemente cotidianas ideadas en unos escenarios extraños e irreales.
Carlos de HAES
Bruselas 1826 - Madrid 1898
CARLOS DE HAES es uno de los paisajistas más importantes de la segunda mitad del siglo XIX. En 1835 su familia se trasladó a Málaga, donde recibiría lecciones de dibujo. Esta primera formación, de corte academicista, le proporcionó sólidos conocimientos técnicos en los que basó toda su producción artística. En 1850 regresó a su Bruselas natal, y allí el estudio de la importante tradición del género del paisaje y el descubrimiento de la pintura al aire libre determinaron sus temas y su estilo.
A su vuelta en 1856, comenzó a ser conocido, a través de su participación en las recién creadas Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, por sus paisajes tomados directamente del natural, que despertaron el interés del público y la crítica. A este éxito incipiente se sumó su admisión, en 1857, como profesor de Paisaje de la Escuela de Pintura de la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Desde allí, y a partir de su magisterio, influyó en otros destacados pintores, como Aureliano de Beruete, Jaime Morera, y Darío de Regoyos, entre otros, que renovarían el género del paisaje en la pintura española, contribuyendo decisivamente a su puesta en valor.
Por esa época comenzó a viajar por la geografía peninsular en busca de nuevos motivos pictóricos, para los que realizaba pequeños estudios dibujados o pintados directamente del natural. Además, obtuvo con su pintura numerosos galardones, como las primeras medallas en las exposiciones nacionales de 1858, 1860 y 1862. En 1860 fue nombrado Académico de Bellas Artes, y para la ocasión expuso su ideario estético en el discurso De la pintura de paisaje antigua y moderna.
Los dibujos pueden agruparse en diversas tipologías: ejercicios de mano, bocetos preparatorios, dibujos de viajes o para ser grabados. La mayoría obedece a un planteamiento pictórico, y en ellos se muestran paisajes de cualidades atmosféricas, con un primer término vacío, un segundo en donde se dispone el motivo principal y un tercero, de lejanía.
El 15 de noviembre de 1875, Haes se casó con Inés Carrasco Montero. Efímero matrimonio pues, en octubre de 1876, esposa e hija mueren de sobreparto. El viejo Beruete y el joven Jaime Morera serán a partir de ese momento sus compañeros de viaje. Viajes sentimentales y reales que Haes realizaría entre 1877 y 1884, desentrañando el paisaje de Normandía (Villerville), Frisia, País Vasco (Getaria, San Juan de Luz, Eaux-Bonnes), y Bretaña (Rouen, Douarnenez). Los últimos bosquejos conocidos de Haes se fechan en 1897, durante una estancia en Algorta, al cuidado de Morera y su esposa en la finca de «Jardigane».
Haes murió, víctima de una pulmonía, a los setenta y dos años de edad. Su testamento autógrafo dejaba a Jaime Morera y a Luis Roig —como albaceas aún vivos— en libertad para el reparto de todos sus bienes y la recomendación de algunas preferencias. Finalmente fue Morera el gran gestor del legado, consiguiendo que se dispusiera una «Sala Haes» en el recién creado Museo de Arte Moderno. Las buenas intenciones de Morera y el resto de alumnos fieles a Haes no pudieron evitar que el fabuloso legado del maestro se dispersara en los años siguientes.
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Haes y el grabado
HAES fue sobre todo pintor, pero durante un breve periodo de tiempo se dedicó también al grabado, que se vio obligado a abandonar por motivos de salud, ya que los ácidos empleados para grabar dañaban su vista. Los grabados, de pequeño tamaño, pueden dividirse temáticamente en dos grandes grupos. Por un lado, los estudios de paisaje, de herencia romántica y tomados directamente del natural, en donde se representan árboles, cursos fluviales, playas y marinas, paisajes de montaña y entornos rurales, la mayoría animados por pequeñas figuras. Por otro, una serie de estampas donde se presentan tipos populares –un pastor, una aguadora,...–, generalmente rurales, y que, probablemente, fueron concebidos para alguna publicación ilustrada. Ambas temáticas están representadas en esta exposición.
A pesar de que su producción no fue muy extensa –se conocen unas 70 estampas de su mano realizadas entre 1862 y 1865–, Haes y su taller recuperaron la técnica del aguafuerte en el panorama artístico español, a ejemplo del renacimiento de esta técnica que, durante los primeros años de la década de 1860, se estaba ya produciendo en Francia en el entorno de la Escuela de Barbizon. Fue, pues, un resurgimiento impulsado por los pintores paisajistas, lo cual condicionaría los temas y su forma de representarlos: entornos naturales plasmados con un tratamiento pictórico. En ese contexto, Carlos de Haes produjo una obra renovadora y de gran influencia en toda una generación de discípulos que configuraron, junto al maestro, una nueva definición del género del paisaje.
Mariano FORTUNY
Reus 1838 – Roma 1874
MARIANO FORTUNY Y MARSAL ha pasado a la posteridad como uno de los grandes maestros españoles del siglo XIX. Junto a la grandeza de su arte, ha quedado también el recuerdo de su descomunal éxito internacional, que ningún otro artista logró igualar hasta Sorolla. Su obra, famosa en el París del Segundo Imperio, fue una de las más preciadas por los grandes coleccionistas de su tiempo tanto en Europa como en América. Admirado por sus colegas contemporáneos, al igual que Rosales, su pintura generó, como la del maestro madrileño, un amplio círculo de discípulos, seguidores e imitadores, y su recuerdo permaneció indeleble durante toda la segunda mitad del siglo.
De familia modesta, Fortuny quedó huérfano muy pronto y pasó a cargo de su abuelo, escultor y artesano. Recibió su primera formación artística en la Escuela de la Lonja de Barcelona, al calor de los preceptos nazarenos que forjarían en el joven Mariano una extraordinaria atracción por el dibujo como mejor herramienta para preparar sus trabajos. Pronto destacó entre sus condiscípulos y obtuvo una pensión para viajar a Italia en 1857, donde estudió las costumbres del país y realizó los trabajos reglamentarios.
Tras una estancia en África, pasó por Madrid donde estudió la colección de pintura española del Museo del Prado, otro importante acicate en la solidificación de su estilo. Por último, viajó por Europa, conociendo de primera mano tanto los cuadros de batallas de Versalles como sobre todo, el orientalismo puesto de moda en París.
Debido a las obligaciones de su relación comercial, comenzó a producir pinturas de género al gusto internacional, ambientadas en épocas pasadas pero con asuntos puramente anecdóticos. A partir de ahí, la fama de Fortuny y la cotización de sus obras alcanzaron cotas impensables para ningún otro pintor español de su época.
Establecido en Roma, la etapa final de su obra está marcada por una mayor libertad artística en busca de cierta independencia creativa. Así, al final de su corta vida (falleció cuando solo contaba 36 años a causa de una hemorragia estomacal), Fortuny se expresó con un verismo jugoso y vibrante, que se acercaba cada vez más a una plástica realista fundamentada sobre todo en el estudio de la luz, y que se vertía sobre lo cotidiano como su mejor escenario de experimentación.
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Fortuny y el grabado
FORTUNY realizó muy pocos grabados a lo largo de su breve trayectoria vital, pero los suficientes para ganarse un lugar entre los mejores creadores del arte español.
Inspirado por Goya o Rembrandt, teniendo como bagaje las visitas al Museo del Prado, donde contempló obras de Velázquez y Ribera, y sumando su tenacidad y su proverbial virtuosismo técnico, la obra gráfica del artista de Reus es un compendio de su magisterio y en ella se advierten paralelismos con los temas desarrollados en otras disciplinas de su faceta creativa. Entre éstos, se encuentran el orientalismo, personajes clásicos y las escenas de género.
En 1860 Fortuny viajó a Marruecos por primera vez. La contemplación de este paisaje y de su cultura supuso una auténtica renovación en su técnica y en su estética. La cultura marroquí inspiró sus inicios en el mundo del grabado.
Mariano Fortuny trabajó dos técnicas de estampación, el aguafuerte y aguatinta con toques de punta seca, y se afanaba en el silencio de la noche. Recreándose en el proceso de experimentación, elaboró diversas pruebas de estado de un mismo tema, con variaciones sutiles, dejando constancia de su proceder y revelando a un creador perfeccionista y meticuloso, siempre en búsqueda del mejor resultado.
En la exposición se puede observar un retrato realizado al pintor bilbaíno Eduardo Zamacois. Ambos pintores se conocieron en 1886 y surgió una grande amistad. En este grabado Zamacois aparece acodado en una mesa, no fue ésta la única vez que el bilbaíno posó para el maestro de Reus. Se podría decir que es una de los mejores aguafuertes de Fortuny.