Horario de agosto: martes a domingo > 11:00 - 14:00
Desde tiempos inmemoriales, el ser humano ha buscado transformar, embellecer y dar forma a su presencia en el mundo a través del uso de cosméticos y perfumes. Estos objetos, aparentemente cotidianos, son en realidad testimonios silenciosos de los valores estéticos, sociales y culturales de cada época. Son también pequeños fragmentos de historia que nos hablan de identidad, deseo, modernidad y transformación.
La exposición Armando la Historia del Perfume propone un viaje por la historia de la belleza a través de una exquisita selección de polvos faciales, barras de labios y frascos de perfume que abarcan desde finales del siglo XIX hasta los años 90 del siglo XX. Lo que hace especialmente singular a esta muestra es que todos los objetos aquí reunidos proceden de una colección particular, cuidadosamente reunida a lo largo de décadas por una coleccionista de Durango, cuyo amor por el perfume nació gracias a un gesto sencillo pero significativo: el regalo de un frasco por parte de su padre, Armando, a quien se dedica esta exposición.
A partir de aquel primer frasco, nació una pasión que fue creciendo con el tiempo y que hoy se traduce en una colección que no solo conserva objetos bellos, sino que también guarda la memoria de generaciones enteras. Los perfumes, con sus diseños elaborados, sus nombres evocadores y sus esencias características, se acompañan aquí de productos de maquillaje que fueron fundamentales en la construcción de la imagen femenina del siglo XX: estuches de polvos refinados, labiales de época, envases icónicos que marcaron estilo y tendencia.
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Distribuida en cinco bloques cronológicos -desde finales del siglo XIX hasta los años 90- la muestra permite observar cómo el mundo de la belleza ha evolucionado en paralelo a los grandes cambios sociales: la incorporación de la mujer al mundo laboral, la liberación de las normas estéticas, el auge del diseño industrial, la influencia del cine y la publicidad, entre otros fenómenos.
Pero esta exposición no solo mira al pasado: también nos invita a reflexionar sobre el presente. En una era donde la imagen y el consumo están más presentes que nunca, detenernos ante estos objetos -tan íntimos y a la vez tan universales- nos permite recuperar el valor simbólico y emocional del perfume y la cosmética. Cada frasco, cada estuche, cada tono o aroma esconde una historia. Y gracias a la generosidad de esta coleccionista, hoy tenemos la oportunidad de asomarnos a ellas.
Este catálogo recoge parte de esa historia. A través de las imágenes de los objetos y una entrevista personal a su propietaria, queremos rendir homenaje no solo a la belleza como arte y expresión, sino también al impulso coleccionista como acto de preservación, memoria y afecto.
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Sí, lo recuerdo con mucha nitidez. Mi primer perfume me lo compró mi padre cuando tenía seis años: un pequeño frasco de Maja, de Myrurgia. Lo encontramos en el rastro de Bilbao, que entonces se colocaba sobre la ría. En cuanto a los cosméticos, desde muy pequeña -con apenas dos años- ya jugaba con ellos. Me fascinaban, especialmente una barra de labios marrón, cuadrada, de Margaret Astor, que me parecía mágica.
Fue algo inesperado. Aquel día, con seis años, acompañé a mi padre al rastro. Recuerdo perfectamente cómo un trapero había extendido una sábana en el suelo y, entre los objetos, vi aquel frasquito de perfume. Me atrapó al instante: su forma delicada, su tapón que parecía un diamante... Me quedé prendada. A partir de ese momento, supe que quería seguir encontrando piezas como esa.
Mi padre fue esencial. Él es también coleccionista: tiene una gran colección de radios antiguas, además de monedas, relojes... Nuestra casa siempre ha parecido un pequeño museo. Los domingos íbamos juntos a rastros y ferias de antigüedades, tanto en Bilbao como en Galicia. Fue él quien me transmitió ese amor por los objetos antiguos y su historia. Gracias a él obtuve mi primer frasco, y gracias a él nació esta colección.
No llevo una cuenta exacta, pero calculo que tengo más de 500 perfumes y más de 200 piezas de cosmética.
Sigo, sobre todo, la intuición. Aunque he leído y estudiado mucho sobre la historia del perfume y la cosmética, es ese conocimiento interior el que me guía. No busco con una lógica rígida, sino con el corazón y la experiencia.
Sí, una que llevo buscando muchos años: Varón Dandy, de 1919. Es un frasco con forma de caballero, en el que el tapón representa su cabeza. Siempre me ha fascinado, pero nunca he conseguido encontrarlo.
Me apasionan los frascos del siglo XIX hasta los años 50, especialmente los diseñados por los grandes maestros como Lalique -delicados, femeninos- y Baccarat, cuyos diseños tienen más fuerza y rotundidad. También me interesan los perfumes de casas como Schiaparelli, Lanvin, Lucien Lelong, Guerlain, Nina Ricci, Jean Patou, Jacques Fath... y por supuesto, Myrna Pons.
Toda mi colección ha sido adquirida en persona. Nunca he comprado nada por internet. Durante años, mi padre y yo recorrimos rastros, droguerías antiguas, ferias de antigüedades... Nos encantaba buscar piezas, reconocerlas, emocionarnos al encontrarlas. Ahora ya no compro más, pero esa búsqueda fue una parte muy importante de mi vida.
Las piezas están ordenadas y conservadas en una gran vitrina, protegidas de la luz para garantizar su buen estado. Me preocupa mucho su conservación.
Sin duda. Por ejemplo, en los años 80 mi padre usaba el perfume Andros, cuyo anuncio era italiano. El aroma me lleva directamente a él, lo tengo grabado incluso en la memoria olfativa. Lo mismo me ocurre con las barras de labios de Margaret Astor: me recuerdan a mi abuela, que las usaba tanto para los labios como para las mejillas. Esas esencias me conmueven profundamente.
Me aporta muchísimo. Tener en mis manos la evolución de la historia y de la moda a través del perfume y la cosmética es una maravilla. Esta colección me hace sentir responsable y orgullosa, como si hubiera logrado reunir fragmentos de tiempo y belleza. Me importa mucho su conservación, porque soy muy consciente del valor que encierran estas piezas.
Lo revelan todo: arte, imaginación, ingenio, pasión, buen gusto, sofisticación. Perfumes y cosméticos han ido evolucionando junto con la sociedad, reflejando sus deseos, necesidades y valores. En sus orígenes fueron artículos de lujo, al alcance de pocos; con el tiempo se democratizaron. A través de ellos podemos leer la historia desde otro ángulo.
Es un sueño hecho realidad. Me siento como aquella niña de seis años que sostenía su primer frasquito en las manos. Nunca imaginé que la colección llegaría a tener un espacio propio donde ser compartida con los demás.
Que disfruten del viaje por la historia del perfume, que se dejen llevar por los aromas, los frascos y los recuerdos. Que descubran otra forma de mirar el pasado, una más sensorial, más íntima.
(Ríe) Que no lo haga. Hoy en día sería muy difícil reunir una colección así. Todo ha cambiado mucho. Aun así, mi consejo es dedicar tiempo a lo que realmente importa: la familia, los amigos, los afectos. Esos son los verdaderos “frascos” que debemos atesorar.