7 - 30 de OCTUBRE de 2022
Los lavaderos públicos son una de las expresiones culturales e históricas más importantes de antaño, a la vez que los principales espacios, aunque de trabajo, de reunión y sociabilidad femenina. Cuando con el paso del tiempo, fruto de los grandes avances acontecidos en el siglo XX, pierden su funcionalidad, se convierten en las primeras víctimas del olvido colectivo. A la vez, se transfiguran en elementos patrimoniales de primera orden, contenedores de una tradición y una historia ligada a la cultura del agua, por lo que merecen ser conservados, protegidos y valorados.
En Durango, se tiene constancia desde muy temprano de la existencia de una gran cantidad de lavaderos públicos ubicados en diferentes puntos del entorno urbano y rural. Hoy en día son solo unos pocos los que siguen en pie ya que desafortunadamente la gran mayoría de ellos no se han conservado y solo se tiene constancia de su existencia gracias a documentos históricos, planos, fotografías y testimonios orales.
A través de esta exposición compuesta por fotografías, en su gran mayoría fechadas entre la década de los 40, 50 y 60 del siglo XX, se pretende poner en valor y recuperar estos espacios que formaron gran parte del paisaje urbanístico de Durango del siglo pasado y evitar así que caigan en el olvido.
De la misma manera, con los testimonios que acompañan a las fotografías se busca reconocer y ensalzar la figura de las que fueron las principales protagonistas de los lavaderos, las mujeres.
Testimonios:
Silveria Parra
Ana María de la Fuente
Remedios Bolaños
Elena Izaga
Begoña Gómez
Feli Ereñaga
Josefa Iglesias
Gumersinda Martín
Silveria Parra Malagón (5/09/1936)
Yo lavaba en el lavadero junto a la Torre Lariz. Bajaba a lavar a la mañana, mientras los críos estaban en el colegio. Solía estar bastante rato, unas dos horas o tres porque en aquel entonces también lavaba los pañales, que eran de tela, y los buzos de mi marido. Recuerdo que al lado del río donde estaba el lavadero, había una campilla verde y solía extender al sol los pañales y la ropa impregnada de jabón para que se le quitase las manchas. Entonces mientras lavaba la otra ropa, dejaba que se secasen en la campa y cuando ésta se secaba, la lavaba de nuevo para que se quitasen las manchas del todo. Al lavadero llevaba una canasta de mimbre con la ropa que tenía que lavar y además una tabla con acanaladuras que la ponía encima de la piedra y sobre eso lavaba toda la ropa.
En Durango no utilizaba lejía, lavaba con Jabón Chimbo, pero en Andalucía solía utilizar la ceniza de fuego para blanquear. Se hacía fuego, y se metía la leña. Cuando la leña se quemaba quedaba una ceniza. Cogía un cubo de agua, echaba la ceniza en el cubo, la movía bien-bien, y cuando se quedaban los posos de ceniza abajo, utilizaba esa agua para lavar: la ropa quedaba blanquísima.
Ana María de la Fuente Federico (24/02/1942)
La presa que tenemos aquí, cerca de la calle Tabira, siempre se ha llamado Presa Barria. Entonces había una fábrica de Baqué en Pinondo y tuvieron que construir un canal de agua que venía del río Mañaria porque los de la fábrica necesitaban agua. Aprovechando esto, construyeron los lavaderos de la calle Tabira.
Tengo el recuerdo de que mi madre, mi abuela y todas las vecinas que teníamos lavaban en el lavadero de la calle Tabira. Había tres pilas para lavar. Solían ir una o dos veces a la semana, porque antes tampoco se lavaba como ahora. Uno de los días lavanban los buzos de los maridos, y otro día lo dedicaban para la ropa blanca. En aquel entonces toda la gente de la zona bajaba aquí a lavar; quienes podían lavar en casa solamente iban al río o al lavadero a aclarar. Normalmente las mujeres bajaban a las tardes, a las mañanas lavaban en casa y luego metían toda la ropa en los barreños de zinc para después llevarla a aclarar al lavadero.
Las mujeres no salían de casa, solo salían a hacer los recados y a misa. Las tertulias de las mujeres tenían lugar cuando bajaban a lavar al lavadero. Por eso lo recuerdo como algo muy bonito, porque se juntaban allí y aprovechaban para hablar de todo.
Remedios Bolaños Zorrilla (15-01-1935)
Yo lavaba en el lavadero que estaba en San Fausto, el que estaba en frente del caserío Munitxa. Recuerdo que era muy grande. Había una pila central de donde caía el agua hacía cuatro pocitos grandes y cada una lavaba en el suyo. El agua restante que se utilizaba para lavar, es decir, el agua sucia, iba a parar a otro pequeño pozo. Yo me he criado en el campo y he lavado siempre en el campo, pero de rodillas. Sin embargo, este lavadero estaba muy bien porque estaba un poquito alto y eso te permitía echarte para adelante. Además, alrededor del lavadero había unos árboles enormes que le daban sombra y eso nos resguardaba del sol. Nos solíamos juntar todas las que veníamos de fuera porque no teníamos nada más que eso: trabajo. A veces no nos daba tiempo para hablar porque teníamos mucho que lavar, pero sí solíamos invertir tiempo en hablar con las que teníamos al lado o en frente, sobre las cosas que, nunca mejor dicho, teníamos entre manos en ese mismo día o incluso de nuestros hijos pequeños...
En aquel entonces no teníamos mucha ropa y el tiempo que pasábamos en el lavadero también dependía de si llevábamos sábanas o no. Mis hijas por ejemplo tenían solo un vestido y a veces se lo lavaba por la tarde o por la noche en el lavadero, porque además también teníamos luz y aprovechábamos cualquier momento para ir.
Anécdota: dos de las losas del lavadero miraban a la carretera y las otras dos daban la espalda. A las mujeres que lavaban con la espalda hacia la carretera, al inclinarse hacia delante, se les veía un poco las piernas. Los hombres que pasaban por la carretera con la bicicleta se chocaban por quedarse mirando a las mujeres del lavadero. ¡No veas cómo nos reíamos cuando ocurrían estas cosas!
Cuando estábamos en algún lugar donde había muchas personas hablando a la vez, o discutiendo o riéndose, solíamos decir: ¡uy, esto parece un lavadero!
Este lavadero además también era un punto de encuentro, siempre quedábamos ahí hasta cuando ya estaba en desuso.
Elena Izaga Herrero (11/03/1940)
Mi madre se murió siendo yo muy joven, con siete años, y mi padre se quedó viudo con tres hijos. Yo era la del medio. Como mi padre trabajaba mañana y tarde, nos intentábamos arreglar entre mi hermana y yo y una tía que teníamos que venía desde Eibar. Yo lavaba en el lavadero que estaba junto a la Torre Lariz, donde había unas 4 ó 5 piedras para lavar. Me acuerdo de que poníamos a remojar la ropa con jabón Chimbo en un balde de zinc de un día para otro para que la suciedad de la ropa se ablandase, y al día siguiente cogía el balde e iba al lavadero a aclarar toda la ropa. Mi padre nos solía decir que fuéramos a lavar la ropa a primera hora, y que nos pusiéramos en la primera piedra para aprovechar el agua limpia, porque de ponernos las últimas toda la suciedad de la ropa de las demás mujeres que se encontraban allí lavando iba a ensuciar nuestra ropa.
Recuerdo también cuando nos tocaba ir a lavar los colchones que en aquel entonces estaban rellenos de lana de oveja. La limpieza solía hacerse cada tres años. Había que deshacerlos enteros, soltabas toda la lana, limpiabas la funda del colchón y después se pegaba con una vara para ahuecar la lana.
El lavadero de Erretentxu también era muy grande y famoso. El agua pasaba por debajo de la carretera; los lavaderos estaban cubiertos, en una especie de túnel, y estaban muy bien porque si llovía no te mojabas. Pero era imposible ir porque iba mucha gente, pues se juntaban todas las vecinas de las casas de Barrenkalea, Kalebarria...Yo iba al de Lariz porque no estaba tan concurrido como otros lavaderos.
Begoña Gómez Pereira (4/4/1941)
Mi madre iba a lavar al lavadero de Madalena. Yo no lavaba porque era pequeña y además los hijos solíamos estar allí con ella porque mi padre tenía un negocio al lado del lavadero y nos pasábamos todo el día jugando allí. Me acuerdo perfectamente de cómo era el lavadero: era muy grande. Comenzaba con una fuente por delante, que tenía un peldaño para subirte y beber el agua. De ahí el agua iba por un canal largo de piedra que iba a la pila compuesta por 6 losas, que era donde lavaban las mujeres. Después había dos pilas grandes, una para que bebieran los animales: los burros que venían de las aldeas a traer la leche se solían atar a unas argollas que había cerca del lavadero, y las vacas de los propietarios de las casas de alrededor. La otra pila también era abrevadero, pero esa estaba vacía y la utilizábamos los chavales para jugar. Luego había un canal que trasportaba el agua para las pilas grandes y otro que corría el agua para el lavadero. Como estaba ubicado en una campa, tenían alambres puestos para colgar allí mismo la ropa. En las zonas donde no había hierba y estaba más liso colgaban las sábanas dobladas por la mitad, y en los sitios donde había hierba ponían la ropa corta.
Yo me acuerdo de que las mujeres allí hablaban y cotilleaban de todo, y nos solían chillar a los chavales si íbamos a donde ellas tenían la ropa. También nos reñían cuando jugábamos a “Entre navíos en el mar” o “Calabá”, porque nos escondíamos entre las sábanas para que no nos pillasen.
El lavadero lo destruyeron cuando yo tenía 14 o 15 años, a finales de los años 50, porque empezaron a agrandar la carretera hacia Mikeldi y a construir casas. Fue una pena porque era muy bonito.
Feli Ereñaga Urien (30/06/1945)
Mi madre lavaba en el lavadero de San Roque. En ese lavadero solo podían lavar tres personas, porque solo tenía tres losas. Ese lavadero lo hizo mi abuelo, Roque Ereñaga Mendiolagarai, que era cantero, para la gente del barrio. Se solía llenar de agua cada día y cuando se terminaba de lavar, por la noche, se quitaba el tapón para vaciarlo y volverlo a llenar con agua limpia para la mañana siguiente.
En la famosa foto del lavadero de San Roque aparecen tres mujeres y un niño. Una de ellas es mi madre Nieves Urien Cortázar con mi hermano, y en la foto estaba embarazada de mi hermana. Otra de las mujeres que aparece es Feli Uribe la del caserío Bustintza, pero ya no existe ese caserío, y la otra es una prima de mi padre, Nicasia Ereñaga. Recuerdo que mi madre se llevaba a mi hermano para cuidar de él, y mientras lavaban él solía estar metiendo la mano en el agua felizmente.
Tengo muy buenos recuerdos de ese lavadero porque nos metíamos dentro mientras las mujeres lavaban. Solían estar un par de horas o tres lavando aproximadamente, y lo hacían muy tranquilas. Se lo pasaban muy bien porque siempre solían juntarse las mismas para lavar, contaban sus historias y hablaban de todo, en aquél entonces era la única manera de juntarse. Mi madre iba muy contenta cuando le tocaba ir a lavar. Me dio mucha pena cuando se llevaron la fuente, ya sin el lavadero, a Tabira y nos pusieron en San Roque una birria de fuente, que es la que está ahora. Esta fuente debería estar donde estuvo en un principio, en San Roque.
Josefa Iglesias Canete (1/08/1939)
Cuando vivía en Salamanca, en el pueblo, yo era la encargada de ir al río a lavar la ropa de toda la familia porque era la mayor de 7 hermanos. Cuando empecé tenía 10 años. Como había mucha cantidad de ropa, me acuerdo que tenía que estar todo el día lavando. La tarea era dura, pero, como era joven, todo me parecía muy bien. A mí me gustaba ir los lunes a lavar al río: era como ir de romería, porque iba con chicas mayores que yo, que me acompañaban, me ayudaban, y me lo pasaba muy bien porque estábamos todo el rato hablando y se hacía ameno. Cuando volvíamos de lavar aprovechábamos y nos pasábamos por las huertas que teníamos: cogíamos lechugas y nos juntábamos para hacer ensaladas.
Cuando vine a Durango tenía 16 años. En un principio me vine de vacaciones a casa de mis tíos, pero al final me acabé quedando. Trabajé en el bar Munitxa, que además de bar tenía tienda y un comedor donde se hacían bodas. Todo lo que se ensuciaba lo lavábamos en una lavadora manual que tenían ellos y después bajábamos a aclarar la ropa al lavadero de San Fausto. Solíamos ir a las noches porque durante el día había mucha gente lavando y no había sitio para todas, y nos solíamos quedar hasta las 12:00 y la 1:00 de la mañana lavando. Como era de noche, el dueño del bar nos solía acompañar y se quedaba allí cuidándonos. Recuerdo que me solían salir muchos sabañones en las manos sobre todo después de aclarar la ropa e irla a tender, y me dolían mucho por el frío y el viento, que no ayudaban a que las manos se secasen bien.
Gumersinda Martín Herrero (14/05/1947)
Con tan solo 7 u 8 años ya íbamos a lavar al lavadero del pueblo, o si no lavábamos, acompañábamos a mi madre a llevar la ropa y a traerla, y nos quedábamos a jugar por la zona. El lavadero al que íbamos estaba a un kilómetro y medio de donde vivíamos. Llevábamos un barreño lleno de ropa, al hombro o a la cabeza. Nos las arreglábamos como podíamos para poder llevarlo. Para el lavado llevábamos una tablilla de madera con acanaladuras que nos ayudaban a frotar la ropa mejor. Si hacía bueno, secábamos allí la ropa, en los espinos que rodeaban el lavadero, y si hacía malo, corríamos la mala suerte de bajar la ropa mojada a casa, que pesaba el doble. Recuerdo que en el lavadero al que yo iba nos juntábamos 4 ó 5 mujeres, porque no era muy grande. Si eran muchas las mujeres que se encontraban lavando el agua comenzaba a ensuciarse y entonces el lavado dejaba de ser efectivo.
Cuando me fui de Palencia tenía 11 años. Vinimos a Balmaseda a un caserío, y había un señor que tenía un lavadero con una pila grande para el agua del ganado y una pila pequeña para el lavado de ropa. Ahí solamente lavábamos mi madre y yo porque el señor nos lo dejaba. El lavadero no era público.
El lavado de ropa era duro, pero también tenía su parte buena porque hablabas con otras mujeres y luego te compensaba. Era una especie de recreo, pero sin dejar de ser obligación.
En aquel entonces comprar el jabón era un lujo, por lo que teníamos que fabricarlo en casa.
Procedimiento para hacer jabón:
Un kilo de sosa cáustica, 5 litros de aceite -que no sea de girasol-, o grasa de los torreznos, grasa vegetal; puede usarse también manteca. 5 litros de agua.
Se echa primero la sosa cáustica, luego el agua, despacito, para que no salpique. Una vez disuelta la sosa cáustica, se va incorporando el aceite y se da muchas vueltas hasta que se cuaje. Se cuaja varias veces. Después se vierte en cajas de leche que es donde solidifica y adquiere la forma. Es un proceso largo, porque el jabón que sale no se puede usar hasta pasados 3-4 meses. Hay que colar la grasa para que no queden impurezas.
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