Ahora mismo, mientras escribo estas líneas, me encuentro en el interior de un avión. No es un pensamiento metafórico, sino un hecho literal. Estoy de viaje desde Bilbao hacia París.  Es un vuelo corto, apenas poco más de una hora y media, el tiempo que me he dado para escribir este texto como nota a la exposición "Un agujero en el cielo" en el Museo de Arte e Historia de Durango, tras haber sido uno de los ganadores de la Sor(tzaileen)Leku del Ayuntamiento homónimo. 

Estoy pensando sobre el proceso, el fracaso, el vaciado, la desmaterialización de un cuerpo físico, también existencial. En un breve tiempo, en unos minutos, comenzará el aterrizaje y volverán a aparecer las nubes. El avión surca el aire rebanándolo como un cuchillo corta el pan, sin embargo, no lo disminuye, sino que suma elemento y así es que, siempre es bonito levantar la vista desde la tierra para ver las líneas que se crean en el cielo con los motores a reacción. Porque pensar en la finitud, es siempre algo que me da terror, vivimos en un espacio infinito; pero nos obligamos a pensar que todo debe enfrentarse al vacío en términos conclusivos, pudiendo ser la crisis desprovista de sentido, de utilidad, una realidad para crear, como el primer movimiento que se hace de una pierna al caminar, activando el comienzo de un recorrido sin una meta acordada. 

El derrumbarse de una pequeña construcción efímera, como un castillo de naipes; pero también de aquellas más sólidas a las que parece nada afectarles y de este modo, nada es para siempre, ni el amor lo es, ¿por qué debería serlo un edificio de hierro y hormigón?