La exposición ha sido preparada con la colaboración de los expertos José Ángel Orobio-Urrutia y Oier Bizkarra, y queremos agradecer especialmente a la Asociación Gerediaga y a Txelu Angoitia la cesión de fotografías, así como al Archivo Municipal de Durango por facilitar algunos de los documentos que pueden verse en la muestra.
El actual emplazamiento del pórtico fue, durante siglos, el cementerio principal de Durango. Desde la Alta Edad Media, los entierros se realizaban en el entorno de la iglesia, y más adelante, dentro de ella. Aunque los restos fueron trasladados, el espacio mantuvo su denominación como "el cementerio" y se convirtió en punto de encuentro para la comunidad. Durante los siglos XVI y XVII, este lugar pasó a ser mucho más que un ámbito religioso. Se utilizaba para reuniones del vecindario, representaciones teatrales, fiestas del Corpus Christi e incluso corridas de toros. Una parte del espacio estaba cubierta, lo que lo hacía funcional incluso con mal tiempo. Era, sin duda, el corazón de la vida social de la villa.
En 1676, el mal estado de la antigua estructura llevó al Ayuntamiento a emprender una reconstrucción integral. Fue un proyecto ambicioso, largo y costoso: se prolongó durante más de una década y se financió con un impuesto sobre la venta de vino. Intervinieron artesanos de renombre, pero surgieron problemas técnicos, retrasos y disputas legales. Finalmente, se levantó una estructura majestuosa y sólida, que ha perdurado hasta nuestros días.
Durante el siglo XIX surgieron tensiones sobre la naturaleza del pórtico. Un alcalde intentó prohibir que las mujeres pasearan por él, alegando que era un espacio sagrado. La reacción del vecindario fue contundente, y tanto las autoridades civiles como eclesiásticas respaldaron su uso público.
La tradición popular prevaleció: el pórtico era de todos. A finales del siglo, se propuso su derribo por motivos estéticos y urbanísticos. Sin embargo, la presión social y un informe técnico del ingeniero Pablo Alzola salvaron el pórtico. Aunque se derribaron otros portales de la villa, este pudo conservarse, gracias a la implicación ciudadana.
El 31 de marzo de 1937, durante la Guerra Civil, el bombardeo de Durango dañó gravemente la cubierta del pórtico. Afortunadamente, sus arcos principales resistieron.
Tras la guerra, el régimen franquista ordenó su reconstrucción bajo la Dirección General de Regiones Devastadas, utilizando mano de obra forzada de prisioneros republicanos. También se eliminó un tejadillo considerado poco estético, y la iglesia fue reabierta al culto.
Durante las obras de restauración de 1938, el arquitecto municipal Francisco Eguia diseñó un pavimento especial con un laberinto simbólico. Inspirado en los de las catedrales góticas europeas, el recorrido simulaba una peregrinación espiritual para aquellos que no podían viajar a Santiago o Tierra Santa. Está formado por dos caminos con figuras de estrella de ocho puntas que convergen en un laberinto central. Es un diseño singular, con una fuerte carga simbólica.
El paso del tiempo, la humedad y las vibraciones del tráfico pesado afectaron seriamente al pórtico. En 1956 tuvo que ser apuntalado y restringido su uso. Se realizaron obras en 1983 y en 1992 se llevó a cabo una restauración profunda; en 2021 se realizó una intervención integral sobre la cubierta. Cada generación ha contribuido a su conservación, garantizando su continuidad.
El pórtico ha sido siempre el espacio del pueblo. En él se celebraban mercados -especialmente en días de lluvia-, funerales, conciertos, ferias agrícolas, actos políticos y fiestas. Desde el reparto de caramelos tras los bautizos hasta las ferias del libro o las conmemoraciones del bombardeo, ha sido testigo de la memoria colectiva de Durango.
El Pórtico de Santa María es una joya de la carpintería tradicional. Su estructura de arcos de madera cubre una gran luz sin necesidad de columnas centrales, alcanzando casi 17 metros de ancho y más de 6 de altura. Su forma trapezoidal, su complejidad técnica y su integración con la iglesia lo convierten en un edificio excepcional. Es único en Euskadi y en la península, y representa un patrimonio que merece ser protegido y transmitido.